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Pedaleo.

 

En la radio, sonaba una chacarera de los Hermanos Orellana, mientras Armando tomaba el primer

mate, hizo un mohín con la boca y el costado de la nariz y le agrego más hojas de stevia. Desde

niño odiaba el gusto amargo en los alimentos, si bien no era mañoso para comer o beber, si

necesitaba suavizar su gusto hasta hacerlos tolerables a su paladar. Solo cuando la infusión llegó a

ese punto, abrio la puerta que comunicaba con el jardín y desvió la vista al escuchar los maullidos,

buscando a su gato Milanesa, pero solo veía las sombras y la oscuridad que aún invadía todo.

Milanesa maulló de nuevo y se dejó caer junto a la puerta, Armando pegó un salto:

-La putamadre Milanesa!, dale pasa, pasa...-le dijo al animal, que parecia entender y entro

contorneándose, se acarició en su pierna y continuo caminando hacía las habitaciones, un rato

después cuando él pasara al baño. El gato estará durmiendo en su lado de la cama, junto a esa mujer

que convivía con él, cada mañana al ver esa escena se preguntaba lo mismo: “que hace ella acá?” y

como todas las cosas que no pueden responderse lo olvidaba hasta el otro día, en que el gato volvía

a entrar, él a putear, matear y mear, antes de salir a dar la vuelta por la costa en la bicicleta.

Armando recorría el pasillo de su casa, llevando la bicicleta parada sobre la rueda trasera, delante de

él hasta la puerta donde la sostenía con un brazo, mientras con la otra mano giraba la llave y abría la

puerta de calle.

A esa hora, los obreros industriales se apresuraban para llegar a la esquina de la avenida, donde los

recogería en unos minutos el colectivo que contrataba la empresa, otros se apretaban sobre las

motos para llegar antes de la salida del sol, algunos padres iban a los garages a buscar los vehículos

para llevar a sus hijos a la escuela en menos de una hora. Él miraba toda esa actividad con cierto

desdén, ya su paternidad había pasado a esa etapa donde sus hijos tenían sus propios hogares y su

relación se limitaba a llamadas, mensajes y alguna visita protocolar, donde se compartían comida,

algún vino y consejos,reproches y hastíos con cierta diplomacia, para no caer en una pelea. Cuando

cada uno se iba a su casa, la diplomacia se traducía en comidillas de pareja, que se quejaban de las

actitudes de otros y criticaban sin filtro todo, con la complicidad de su pareja, un domingo cada

quince días.

Apoyo la bicicleta en la calzada y se montó sobre ella, empezó a pedalear con parsimonia, tomo la

calle Blas Parera a contramano, el mismo taxista que tomaba esa calle para salir a la avenida por

Washington lo esquivaba y lo puteaba augurándole que un día de estos iba a levantarlo como sorete

en pala. Pero él continuaba hasta Zelaya y tomaba la mano hasta Superí, en Vila cruzaba a unos

motochorros que pasaban buscando el cruce de las vías y al patrullero de la decima que hacia girar

las luces de la sirena pero no cruzaba de esa calle, Armando levantaba la mano a modo de saludo y

pronto giraba por Superí hacia el río, guiaba la bicicleta hacia la bajada y la dejaba andar por la

inercia hasta la avenida, aún con sus semáforos intermitentes y tomaba la bicisenda paralela a la

costa.

El río corría lento y marrón, de vez en cuando algún camalote o algún ramal cruzaba sobre él. Las

boyas silenciosas oscilaban en el desierto marrón, a esa hora nunca cruzaban barcos y generalmente

había poca gente caminando o trotando, incluso pedaleando como él. Era la hora de los solitarios,

de esos que usan la excusa de hacer ejercicios, para huir del mundo cotidiano, del mate compartido,

de las conversaciones vacías comentando noticias del diario, que olvidarían en un rato más.

Todo estaba igual que siempre la arena de la costa muerta, el agua que corría lento, los árboles de

las islas acechando quietos y negros, la flaca de Regatas con sus auriculares ensordeciendola,

aislándola incluso del aislamiento en el que se sumergían todos, pasa delante de Armando y

continua como si el fuera parte del mobiliario urbano, a pesar de que ya hacía diez años que se

cruzában allí cada mañana, cuando la vio por primera vez con su cuerpo fibroso, un wallkman

sujeto al brazo y sus zapatillas rosas, era una joven de menos de veinte, y cuando cruzó delante de

él, le pareció que le sonrió, después vinieron tres mil seiscientos cuarenta y nueve días iguales en

los que su cuerpo fibroso paso frente a él con su remera de Regatas, con su música ensordeciendola.

Como cada mañana se puso detrás de ella, pedaleando despacio, para mantener la distancia, comocada día llegarían hasta la playa concesionada, ella trotaría a la playa donde haría flexiones y él

seguiría hasta el puente a Victoria pasaría por debajo y tomaría la rotonda para poder volver por

Rondeau, hasta Hernández y llegar a Valentin Gomez, que a esa hora empieza a poblarse para

llegar a casa y darse un baño, antes de trabajar. Por eso le llamo la atención que la flaca de Regatas,

alterara su trote a la altura del cajero autómatico y regresara por la playa hacía el club. Trató de no

preocuparse y continuo, allí frente a él, un grupo de jóvenes sonrientes estaba elongando, al mando

de un profesor que se destacaba por su porte de guerrero espartano, debía de ser de la altura de

Armando o apenas algo más o sea ni bajo, ni alto, alrededor del metro setenta u ochenta, pero sus

hombros inmensos que daban nacimiento hacia arriba a un cuello de oso, coronado por una cabeza

cuadrada de rasgos duros, ojos ladinos, bien afeitado y un corte americano que acentuaba su forma;

hacia abajo su pecho se agrandaba en dos pectorales como rocas que terminaban en una cintura

ridícula de la que salían un muslo y posteriormente unas piernas que sobresalían y volvían al eje de

su cuerpo, de tantos músculos que había desarrollado. De pronto miró a Armando y llevó su silbato

a sus labios, el chirrido lo sobresalto

-Eh Maestro estamos entrenando! -le aulló con una voz gruesa.

-Yo también Jefe!.-contesto Armando sin pensar, e inmediatamente se arrepentío. Paso a su lado y

tomo por la vereda que circunda La Florida, rumbo al mirador. Mientras subía hacía el fin de la

costa rosarina, penso “Que tipo desagradable”, “como pueden darle un lugar como profesor a esa

bola de aeróbicos”. Estaba procesando su rabia, por el mal momento que acababa de pasar, cuando

sentio el golpe de decenas de talones golpear el piso, viniendo hacía él, giro la cabeza y ve al grupo

de jóvenes avalanzarse hacia él, como si se tratase de una carga de lanceros otomanos tratando de

darle alcance al último caballero defensor de la cristiandad. Suena el silbato y se detienen en seco,

sus miradas clavadas al frente, en Armando.

Piensa “este tipo es un demente, no que demente; es un verdadero psicópata”, enderezo la bicicleta

y continuo poniendo el cambió para acelerar el pedaleo, suena de nuevo el silbato y la horda vuelve

a lanzarse hacía él.

Su cabeza empieza a pensar a velocidades que desconocía en sus casi sesenta años de vida

tranquila, el mensaje era claro: “Armando escapa”. Nuevo silbatazo y todo se detiene.

Toma el parque del cariño detrás de La Florida, queriendo escapar por el pasillo que después baja

hacia el puente del club de pescadores y...Silbatazo.

La horda corre hacia el golpeando las plantas de sus pies con el piso, el ruido que producían era un

sonido infernal, que hacía temblar la tierra, hasta el río se retorcía en olas. Toma la costa a toda

velocidad y trata de buscar el pasillo para retomar la bicisenda...Silbatazo.

Toma el pasillo formado por las dos construcciones nuevas al final de la arboleda, es tan angosto

que en un bamboleo le pelo dos nudillos, llega al final del pasillo, se lanza a la bicisenda, esquiva el

árbol que deforma la vereda y busca una alternativa de escape, la desesperación le moja las manos,

la espalda, la frente. Siente al miedo corporizarse como una presencia que lo acecha...Silbatazo,

Se lanzó al puentecito que baja rodeando la barranca, paso de largo el cartel que rezaba “OJO ACÁ

TE ROBAN”, con pintura sobre el que te advertia del angostamiento, un hombre encorbado, de

ropas descoloridas y una gorra que acentua su mirada torva se cruza ante él, quiere detenerlo. Piensa

como un obseso “No puedo dejar que lo logre”, acelera. Ve que el hombre quiere detenerlo con sus

manos, tiene un cuchillo, si tiene un cuchillo, Armando tira su cuerpo a un costado y patea con su

pie la cabeza del maleante que cae primero hacía atrás contra la baranda de cemento y luego sobre

la calzada...Silbatazo.

Los pies cayendo a golpe contra la calzada, el temblor de la calzada, los pájaros asustados que

huyen a los árboles de las islas enfrente, el silencio cargado de amenazas y los pies cayendo

nuevamente sobre la calzada, el temblor, los pájaros y la seguridad de Armando que venían por él.

A su espalda escucha gritos aterrorizados, el silbatazo, que esta vez fue seguido por otro y otro, esta

mandando a la horda a rodearlo, se apresura y sale por el otro lado, toma debajo del puente, la

rotonda y Rondeau, escucha a la presurosa ambulancia bajar a toda sirena hacia la costa, toma

Herrera y tres cuadras más allá Valentín Gomez. Llega a su casa, se siente protegido, allí nadie

puede tocarlo, su mujer lo miraba con terror, mientras el periodista de canal tres seguía preguntandoa los jóvenes del equipo de atletismo por el loco de la bicicleta que había matado al vagabundo. El

maldito gato se refregó contra su pierna.

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